7 sept 2011

Los niños que creían en nada

Nadie le daría trabajo con lo vieja que estaba, e indagar sobre si disponía de ahorros para montar un negocio en toda regla sería una falta de sensibilidad; por no decir un exceso de estupidez. Qué hacer cuando las carnes te exigen sobrevivir. ¿Pedir limosna? Buenos Aires ya no estaba para eso. Tendría que ganarse la vida haciendo algo de dudosa moralidad. Qué cosa. Qué podría hacer sin perjudicar a la gente. Optó por vender aire, como lo hacían miles de empresas, pero ella no sería una desalmada. Cobraría montos irrelevantes y el aire que daría a cambio no contendría un valor superfluo.

Empezaría a venderlo de inmediato porque, además, sabía que ningún pariente le iba a dar cobijo. No los tenía, ni hacia los lados ni hacia abajo. Hacia arriba, menos. Sandra realmente era vieja. 57 años olvidada en la cárcel por haber…

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14 jun 2011

Rememorando... "Diario de una canción"

“Esta mañana arrojé el diario contra la pared. No estoy segura de por qué lo hice. Antes pensaba que los periódicos se centraban en las tragedias, pero ahora sé que lo único que les atrae es la violencia, que la muerte sin ella no interesa, por más que sea colectiva y te deje sola, que es la tragedia más grande que hay”. Así comenzaba el diario personal de Eriel, el que durante una década estuvo a la venta en una feria callejera de objetos usados, el que nadie compró al ojear sus primeras páginas y el que hace dos semanas fue adquirido por el Reina Sofía al conocer el contenido de todas las demás...
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Diario de una canción

19 may 2011

Presentación de La Pastilla Rosa

Presentación de La Pastilla Rosa
Este miércoles 25, a las 21:00 horas, en la Sala Triángulo, presentaré a
La Pastilla Rosa, revelando los detalles que envuelven a este libro de cuentos editado en formato periódico.
Si estás por Madrid… sería fantástico que asistieras.
Entrada libre.
Para ver cómo llegar,
haz clic aquí.

28 abr 2011

Cuento ilustrado de Tinkus

El libro de Tinkus ha sido publicado en formato impreso esta semana.

El libro de Tinkus en formato PDF puedes descargarlo gratuitamente, haciendo clic aquí.

Comparte el PDF con tus amigos... Y si después te apetece adquirir el libro en formato impreso, para ti o para regalar, puedes encontrarlo en cualquiera de las librerías que figuran en libreriasmadrid.com.

21 dic 2010

“De mí para ti” o “de ti para tus”

Espero que te alegre recibir el PDF completo de La Pastilla Rosa, donde podrás leer varios relatos cortos, y no tan cortos, que firmé con distintos seudónimos para reforzar la idea de que era un periódico, conformado por cartas de supuestos lectores, noticias, artículos de opinión, entrevistas, anuncios y demás.
También contiene detalles especiales. Por ejemplo, las fotos de los periodistas pertenecen a parientes difuntos, a excepción de mi madre; a quien incluí para homenajearla. Esos detalles los iré contando aquí y en mi
facebook.
Por otro lado, puedes usar este PDF para hacer regalos inmateriales. De ti para tu amigo (que no lee libros), tu hermana (que lee periódicos), tu pareja (que disfruta los cuentos) y…
Que pases unas reconfortantes fiestas.

12 dic 2010

Vida extra de La Pastilla Rosa

25/11/10
En las últimas dos semanas, he estado siguiendo la vida de La Pastilla Rosa dentro del Metro.
La imprenta, para facilitar el trasporte de los periódicos, ata cada centena con dos cintas cruzadas. El operario coge cada fardo de esas cintas, dañando algunos ejemplares de arriba y de abajo. No se pueden vender, ni regalar. ¿Al contenedor de reciclaje? No. Reciclar es utilizar algo hasta su última posibilidad.
En las estaciones del metro, entrada la tarde, uno se suele encontrar con periódicos releídos sobre los bancos, y no falta la persona que les sigue sacando provecho.
Decidí dejar los ejemplares dañados de La Pastilla Rosa sobre los bancos y observar...
Unos encontraban propietario al minuto. Otros pasaban por diversas manos y ojos dubitativos antes de ingresar a un vagón, rumbo a quién sabe dónde.
Edité un vídeo de menos de un minuto para graficar un poco lo ocurrido, y lo que sigue ocurriendo, porque se ha convertido en un pasatiempo que realizo cada vez que me desplazo en metro.


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Un ejemplar de La Pastilla Rosa

4/11/10
Estando en la boca del metro de Gran Vía, le entregué un ejemplar de La Pastilla Rosa a un chico que, al terminar de bajar las escaleras, lo dejó sobre el pasamanos… y el viento hizo que finalmente cayese al suelo. Me dolió. Doblemente. Verlo tirado y saber que ningún titular había sido leído. No pude evitar ir corriendo a su rescate y darle otra oportunidad para cumplir su cometido, antes de terminar olvidado en una papelera o una estantería. Así que lo sacudí y se lo entregué a la siguiente persona que me estiró la mano.
Después me di cuenta de que no hacía falta rescatarlos. De vez en cuando alguien dejaba un ejemplar a su suerte y otro viajero, en dirección contraria, lo cogía para que lo acompañase durante un café o quizá más. Sin embargo, en cuanto a lo que ocurrió en las profundidades del metro, sólo podría especular —la próxima semana descenderé para observar.
Repartir ejemplares, al igual que los periódicos gratuitos, con el objetivo de reforzar al máximo la idea de que los relatos de La Pastilla Rosa son noticias, ha sido una experiencia compleja, que agradezco.
Gente que me conoce de vista le ha comentado a otra gente con la que me relaciono cosas como: “Qué bueno que Rafael vaya a actuar en el Teatro Real”, “¿Desde cuándo Rafael trabaja como repartidor de periódicos?”, “Me alegra que lo hayan contratado como director”, “¿De qué fuente sacan las noticias?”, “¿Es un periódico quincenal?”, “Vaya crisis; repartidor y director”, etcétera. Me entusiasma. Pero no tanto como ver a un lector mientras respira en la realidad de una o varias noticias. Aunque la mayor satisfacción la siento cuando me entero de que alguien ha leído La Pastilla Rosa como libro de relatos después de haberlo hecho como periódico, llegándome a decir que disfrutaron aún más en la segunda lectura. Y junto a todo ello, no me deja de afectar la imagen de ese ejemplar en el suelo. Unas veces me duele. Normalmente sonrío. Sonrío al recordar la otra mano que lo cogió.
Rafael R. Valcárcel


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